Muere uno de los grandes autores del s.XX: Umberto Eco, el padre de «El Nombre de la Rosa»

01/03/2016
Texto por: SAS
Fotos: © Lúmen / Opera Soft / Neue Constantin Film 

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El pasado 19 de febrero nos dejó Umberto Eco, uno de los grandes autores y pensadores del ya superado siglo XX. ¿Que por qué fue uno de los grandes? Pues, mayormente, por haber escrito «El nombre de la rosa», uno de los libros más importantes del pasado siglo y, para mi, de la literatura universal.

La verdad es que mi relación con la obra de Eco, ha sido una de las más peculiares que he tenido en toda mi vida. Corría el año 1988, y yo por aquellos años tan solo era un renacuajo con apenas 10 añitos. Por esa época, me regalaron mi primera computadora: una flamante CPC 6128 con algunos videojuegos originales, uno de ellos de nombre «La abadía del crimen». Con aquel sugerente título, el videojuego me enganchó de tal manera que no podía dejar de jugar… La historia de aquellos monjes deambulando por la pixelada abadía me dejó completamente fascinado delante de mi monitor gracias, en mayor medida, a la increíble programación de Paco Menéndez y Juan Delcán que, sin duda alguna, merecen un artículo propio.

«Disfruté lúdicamente durante mi pubertad tanto del videojuego como del filme de Jean-Jacques Annaud de 1986, aguardando pacientemente el momento perfecto para leerme aquella descomunal novela de 700 páginas».

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Portada y captura de videojuego La abadía del crímen (Topo Soft, 1987), de producción española, basado en la trama de la novela escrita por Eco. El título del juego fue uno de los que estuvo barajando el propio Eco para su novela.

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Un videojuego que marcaría mi vida

Lo que yo aún desconocía por aquellos tempranos días de mi vida era que el videojuego español de Opera Soft, producido en plena época dorada del software español, se inspiraba en una película titulada «El nombre de la rosa». Y que, del mismo modo, la película estaba basada en la novela homónima de Umberto Eco publicada en 1980. La película la vi poco tiempo después, aunque el libro se hizo esperar un poco más… Disfruté lúdicamente durante mi pubertad tanto del videojuego como del filme de Jean-Jacques Annaud de 1986, aguardando pacientemente el momento perfecto para leerme aquella descomunal novela de 700 páginas que, sinceramente, ¡me acojonaba leer por su aterrador volumen!

¿Cómo iba a entender un niño de apenas 10 años un ápice del trascendente material que Eco plantea en la novela…? ¿Qué sabía yo de debates teológicos entre órdenes de benedictinos y franciscanos…?, ¿del final de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna…?, ¿de la ciencia aristotélica contra la fe más ortodoxa…? Yo no tenía ni la más remota idea de todos esos mensajes implícitos que existen en la obra de Eco, y por ende, en la película y, en mucha menor medida, en el videojuego de CPC.

Por el momento, el menda tan solo tenía ojos llenos de admiración por Fray Guillermo de Baskerville, un simpático monje detectivesco, interpretado magistralmente en el filme de Annaud por Sean Connery, y por Adso de Melk (Christian Slater), su joven novicio. De echo me sentía como su pupilo, fascinado por la sabiduría oculta del maestro, el astuto monje franciscano con la misión de encontrar al asesino de los pobres monjes benedictinos muertos en la oscura y tétrica abadía. Cada adaptación, en sus respectivos géneros, iban preparando el terreno hasta que me acabé leyendo la novela. Mi proceso fue diametralmente inverso a lo que hubiese sido lo normal…

«¿Cómo iba a entender un niño de apenas 10 años un ápice del trascendente material que Eco plantea en la novela…?»

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Arriba, portada de la adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa (1986, Jean-Jacques Annaud). Abajo, fotograma de la película, de izquierda a derecha, Sean Connery (interpretando a Fray Guillermo de Baskerville) y Christian Slater (interpretando a su novicio, Adso de Melk).

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Pero, ¡bendito sea Dios!, las puertas se me abrieron progresivamente, como si el conocimiento me hubiera sido administrando a cuenta gotas… En cada nueva partida del videojuego (a mis 10), en cada revisión de la película (a mis 15), en cada página que leía de la novela (a mis 20), veía ideas nuevas y se me revelaban pensamientos ocultos de una misma obra, que habían permanecido ahí desde un principio y que, entonces, fui comprendiendo conforme adquiría los conocimientos propios de mi edad. Eco, profesor de semiótica en la Universidad de Bolonia, era un gran conocedor de la teoría de los signos y volvió a aparecer durante mis años de estudiante de Bellas Artes en la asignatura de Semiótica de la imagen.  Allí estaba de nuevo el famoso autor de «El nombre de la rosa». Fue entonces cuando decidí «coger al toro por los cuernos» y leerme este poliédrico libro de inconmensurable riqueza literaria.

Las páginas de la novela las consumí vorazmente. Tanto su sintaxis como su prosa son preciosas. Eco describe el monasterio de manera soberbia con fragmentos descriptivos sabiamente intercalados con los diálogos de los variopintos personajes que aparecen en la famosa novela como el misterioso Abad, el estricto Jorge de Burgos, anciano benedictino reacio a que los monjes se rían o expresen burla, o el sádico inquisidor Bernardo Gui. El episodio donde Adso experimenta una noche de sexo con la desconocida campesina es quizá el momento más chirriante de toda la novela, aunque necesario para comprender su título. Leía ávido la novela de Eco y, en ocasiones, acompañaba la lectura con la banda sonora original del filme, composición de James Horner, a mi juicio una de sus mejores bandas sonoras, de sonidos monacales, oscuros y espirituales (injusto que se recuerde al compositor por «el que hizo la música de Titanic»).

Pues bien, este artículo viene a expresar que el autor de esta imprescindible obra del s.XX, Umberto Eco, ha muerto hace poco a la edad de 84 años, y que su obra «El nombre de la rosa» siempre me acompañará a lo largo de mi vida, una obra que fue uno de los pilares básicos en mi maduración personal. ¡Gracias Umberto por esta gran creación! Umberto Eco RIP 1932-2016.

Una de las miles cubiertas de la novela «El nombre de la rosa» cuya portada hemos encontrado conceptualmente muy artística con la rosa y el laberinto de la biblioteca simulando sus pétalos.

 

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